jueves, 10 de julio de 2008

Oxígeno 0.2

...
No, ya no podía mirar atrás. Adentrarse en el espesor del campo de trigo era lo mejor en esa situación. Estaba atardeciendo y esos seres pronto aprovecharían la muerte del Sol, un día más, para seguir su imparable camino.
Procuré hacer poco ruido, pero todo estaba muy seco y pisar alguna hoja era como pisar un saco de huesos. Crujiente y delatador mi caminar, continué hasta un punto en el que empecé a escuchar de nuevo a esos seres y mi respiración se agitó. Nadie se había podido acercar a ninguno de ellos y los científicos barajaban la posibilidad de que su consumo de oxígeno fuera tan alto que absorbieran todo el que tenían en 100 metros a su alrededor, provocando un área de angustiosa agonía.
Sabía que estaban cerca y tenía que tratar de hacer un círculo en el camino para evitarlos. El miedo se acompañaba de una extraña sensación de seguridad pues pensaba que tendría tiempo de alejarme de ellos lo suficiente para no perecer en su próxima oleada de muerte.

Llegué hasta una zona que te dejaba al descubierto de quien te pudiera acechar. Resultaba impactante ver todo aplastado después del paso de quienes levantaban un nuevo mundo en nuestro planeta. El plano del paisaje me dejó ver las casas de un pueblo coronado por un imponente castillo. Se me ocurrió que podría ser un buen refugio para pasar la cálida noche y descansar mis más de 12 horas de huída.
Mi trayecto fue el adecuado y en apenas media hora paseaba por las calles del pueblo. Solo el continuo zumbido de moscas y los gritos de algunos cuervos se oían por encima del propio sonido del viento. Esto significaba que la muerte putrefacta estaba cercana y preferí no entrar en ninguna de las casas.
Pude ver de lejos a esos malditos seres que tanta desgracia habían traído desde su llegada. Por el día eran simples peleles de 6 metros de altura que apenas se sostenían en pie, pero por la noche eran hábiles depredadores, afanosos conquistadores y portadores de nuestras más salvajes pesadillas.

Al pasar por una de las casas derruidas por esas bestias me pareció ver una silueta humana.
-¿Hay alguien?, dije a media voz.
Nadie contestó. Seguí observando, me quedé parado y abrí bien los ojos. De pronto, un rostro apareció entre los escombros. Era un chico de apenas 14 años, rubio, con ojos saltones y cara de sorpresa.
-Acércate, esta ya anocheciendo. Podemos refugiarnos en el castillo.
El chico salió corriendo hacia mi y siguió mi paso.
-¿Cómo te llamas? ¿Estás herido?, le pregunté.
Me miró pero no me contesto. Pensé que su actitud debía ser consecuencia del impacto de lo ocurrido en el pueblo. Sin embargo, su expresión en la cara no tenía el más mínimo rastro de miedo.
Por el camino pedregoso que subía hasta el castillo le conté algunas de mis vivencias de los últimos días. Era una forma de desahogarme y darme cuenta que la suerte había estado de mi parte hasta ese momento. El chico solo me miraba de vez en cuando con total indiferencia.

Llegamos hasta la puerta del castillo. Estaba abierta y me paré un momento.
-Creo que no es tan seguro como pensaba, pensé en voz alta.
En ese momento el chico me cogió del brazo y empezó a caminar hacía la puerta. Esto me dio seguridad, seguramente él ya se había refugiado alguna noche allí y conocía bien el interior de la fortaleza. Saqué la linterna y nos adentramos en la oscuridad de esas altas paredes de piedra que habían sido testigo, en otros tiempos, de la lucha entre humanos.
El vello se me puso de punta ante el brusco cambio de temperatura. El fresco olor a humedad tan característico del gran recinto abandono estaba presente. Hallábanos ante una enorme puerta cuando el chico se detuvo y me soltó el brazo. La puerta se abrió dulcemente y pasé temeroso.
Ya era demasiado tarde para saber que estos invasores podían controlar la mente humana y que ellos, a través del cuerpo de ese chico, me habían llevado hasta allí. El oscuro salón del castillo escondía cuatro de esos gigantescos seres, pude ver al chico desplomarse antes de sentir la falta de aire y la sensación de ahogo. La suerte había cambiado: mi refugio de noche era su refugio de día.

Fue el final de mi primer ciclo vital. Pero aquí estoy. Al fin y al cabo yo tampoco había nacido en la Tierra.

J.Martín

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